Más allá

Más allá

Más allá

 

Es una tarde calurosa. Me apetece dar un paseo por las afueras del pequeño pueblo.

 

Por fin llego a los verdosos campos de las afueras. Algo brilla entre las flores y los hierbajos. Decido cogerlo, es un anillo precioso y brillante. Es de oro blanco, tiene unas brillantes piedrecitas transparentes, está nuevo, no tiene ningún rasguño.  Me lo pongo en el dedo anular.

 

Sigo caminando por un camino con bastantes rosas espinosas, al final del camino, hay un espejo precioso, aunque un poco sucio. Empiezo a mirarme en él.

 

De repente, empieza a surgir niebla, es espesa y abundante, no puedo ver nada más allá de ella. Estoy muy mareada y, por fin, caigo al frío suelo.

 

Me despierto. Sigo un poco mareada, pero se me pasa enseguida.

 

Es extraño, no estoy en el campo. Estoy en un bosque frondoso. No veo ninguna salida, estoy atrapada.

 

Siento miedo. La cabeza me da vueltas y no sé cómo he podido llegar aquí.

 

Creo que lo mejor es buscar ayuda. Me alejo del bosque, puede que encuentre a alguien. Pero… estoy sola en el bosque.

 

Estoy deprimida, ¿y si nunca consigo salir de aquí? Tengo ganas de llorar, pero lo intento evitar, ya que no quiero perder los nervios.

 

-¿Oyes eso? -pienso en mi cabeza.

 

Sonaban voces que me resultaban muy familiares. ¡Son de mis antepasados!  ¡Ellos me pueden ayudar a salir de este espantoso lugar!

 

Intento hablar con ellos.

 

-¿Hola? –pregunto.

 

Pero no hay respuesta. Vuelvo a intentarlo.

-¿Hola? ¿Alguien me puede ayudar? ¡Socorro!. Nadie responde.

 

-¡Es imposible salir de este lugar! –pienso.

 

Decido volver al espejo y esperar para ver si ocurre algo, porque ya no se me ocurre nada más para conseguir salir de este estúpido bosque.

Por fin, llego hasta el espejo. Sigue como antes, sucio. Paso la mano por él para quitar un poco de polvo.

 

Se me ocurre una gran idea. ¿Y si me miro un rato en él? De todos modos, así es como entré aquí.

 

Me miro en él. No me hace falta mucho tiempo, porque la tenebrosa niebla, no tarda nada en salir del espejo.

 

-¡Bien! –grito. Estoy en el verdoso campo de antes.

 

Pienso que no se lo debería de contar a nadie, ya que no quiero que me tomen por loca, estoy segura de que nadie me creerá.

 

Decido terminar mi paseo. Pero tengo que volver enseguida a casa, porque está empezando a anochecer.

 

Es una noche preciosa. Me apoyo sobre el alféizar de la ventana, y miro por ella. Hay una niña muy guapa, junto a su madre y su abuela. Pero… esa abuela me recuerda a alguien. Tiene un anillo muy brillante y precioso, de oro blanco, y con las brillantes piedrecitas transparentes, sigue nuevo, sin ningún rasguño.

Lo lleva puesto en su dedo anular.

 

 

 

                                                                                                                                                            Sonia Gómez

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